Lucia en Venecia
– DORSODURO
Un nido entre los techos
«No sé si somos realmente especiales, los venecianos, pero seguramente somos distintos.
Cuando los niños eran pequeños e íbamos a Mestre a cenar, volver era agotador, poníamos a los niños en un carro de la compra y los llevábamos por las calli (calles venecianas) dentro del carro, hasta nuestra casa y luego en brazos cuatro pisos. Sí que es agotador, sí, ser especiales.»
La maravilla y el esfuerzo de ser especiales
«Yo no puedo sentirme especial», dice Lucia, «porque no sé como es vivir en otro lugar. Para mí la vida es esta, así como para mis hijos, ir a la escuela solos ya desde primaria, pasear por las calli (calles venecianas) y los campielli (plazas donde desembocan las calli) sin que los adultos vivan con ansiedad pensando en un accidente de coche. Para mí la única forma de ciudad posible es esta, espacios estrechos encima de una laguna, canales y puentes». Lucia sabe bien lo mucho que ha cambiado Venecia, y es verdad que esta ciudad cambia desde que se fundó, ha visto transformarse muchas veces sus instituciones y el tamaño de sus dominios, ha crecido, ha sido siempre taller y oficina abierta. Pero en los últimos decenios ha cambiado de una forma nueva, ha visto cómo se reducía el número de residentes y cómo aumentaba el de los visitantes diarios. «Antes había meses en los que no se veían turistas, ahora no, las tiendas de barrio están cerrando y abren negocios de recuerdos que no valen nada, esos que parece que griten a los turistas: ¡venid aquí, comprad esta pacotilla, cuesta muy poco!, y a mí me duele porque parece una falta de respeto hacia nuestros huéspedes». Por esta ciudad han pasado tantos artistas que no tiene sentido enumerarlos, y muchos de entre ellos han dejado notas de viaje, testimonios e historias. «Actualmente, quien viene a ver Venecia se lleva a casa un imán para el frigorífico. Antes viajaba quien estaba realmente motivado, quien sentía realmente curiosidad por descubrir un lugar distinto, así creo yo, ahora se viaja más por el placer de comprar un billete de veinte euros, para marcar el nombre de una ciudad en una lista mental de ‘lugares que hay que ver’. Esta ciudad no es solamente cara, es incómoda. Si alguien que vive en el Lido tiene que ir hasta Mestre, es un viaje largo. Es una ciudad que se ha detenido. A veces me parece que soy un poco como un panda. Cuando visito las ciudades normales me encanta la confusión, los coches me emocionan, luego por la noche estoy agotada, es normal, me vienen ganas de volver al silencio, no puedo esperar. Cerca de esta casa está la Accademia, el Guggenheim, la Fondazione Pinault, es una zona que habla de arte, por la noche hay un silencio maravilloso, se oyen sólo los barcos que pasan». El marido de Lucia es arquitecto, la casa la ha reestructurado él, desde las ventanas y desde la terraza se ve Venecia como en los sueños, los canales y los techos, el campanario de San Marco. «Mi marido trabaja para grandes marcas de moda, les ayuda a abrir sus tiendas aquí. Un arquitecto de Milán, París o San Francisco no puede conocer a fondo todas las normativas municipales o cómo funciona con el agua alta». Vuelve esta cosa de ser especiales, de ser distintos, de conocer una forma de vivir que nadie conocerá nunca de la misma forma. «No sé si somos realmente especiales, los venecianos, pero seguramente somos distintos. Cuesta mucho esto de ser especiales en las pequeñas cosas, sobre todo si tienes hijos. Cuando los niños eran pequeños e íbamos a Mestre a cenar, volver desde Piazzale Roma a casa era agotador, poníamos a los niños en un carro de la compra y los llevábamos por las calli (calles venecianas) dentro del carro, hasta nuestra casa y luego en brazos cuatro pisos». Sí que es agotador, sí, ser especiales.
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