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Antonello en Nápoles
– DUOMO

Antonello en Nápoles

Una casa de perspectivas

«Sobre todo por la tarde, y evidentemente en verano, aquí hay tanta luz que te tienes que defender, y entonces es precioso vivir en el fresco de la penumbra, pero siempre con la certidumbre de que la luz que tanto hemos buscado está allí, que la estás manteniendo fuera tú, por elección, y que sería suficiente abrir las persianas para sentirse invadidos de nuevo por ella. A la espera de irse de nuevo de viaje, antes o después.»

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La necesidad de sentirse listos para emprender otro viaje

Al apartamento de Antonello y Gennarina tienes que llegar, tienes que conquistarlo. A ellos les costó meses de búsquedas, al huésped le cuesta tres rampas de escaleras empinadas, tras las cuales se llega a una casa llena de espacio, de luz y sombras, una casa antigua que sus anfitriones han reestructurado completamente, dejando elementos cargados de historia, vigas y suelos, pero poniendo mucho de su necesidad de nuevo. «Esta casa nos llamó» dice Gennarina, «nos gustó enseguida porque era difícil verla en perspectiva, imaginar cómo habría cambiado, pero nosotros lo veíamos». La historia de esta familia es una historia en movimiento: los hijos nacieron en el norte de Italia, en el lago de Como, luego a un cierto punto volvieron a Nápoles. «No hemos sentido nunca esa necesidad del retorno que sienten muchos», dice Antonello, «es que nos gusta irnos de viaje, no vivimos esta casa como el logro de una estabilidad, al contrario, cuando nos dicen ‘Habéis hecho la casa de vuestra vida’, nosotros decimos, ‘No, por amor de Dios, nosotros esperamos movernos todavía’, este debería ser el deseo, reanudar el viaje». Antes de encontrar este apartamento vivíamos no muy lejos de aquí, de alquiler, una casa del siglo dieciocho, habitaciones enormes, alquiler bajo, pero sin luz. Entonces empezamos a buscar: meses y meses en alquiler, cambiando de una casa a otra a la espera de encontrar una para comprar. Al final encontramos una muy cerca de la inicial. Una casa desde la que se ve el Duomo, incluso se ve un pedacito de mar, el complejo de Girolamini justo delante de las ventanas. «Fueron seis, siete meses de nomadismo urbano, durante la búsqueda, luego llegó una reestructuración larga, compleja, esa complejidad nos asustó un poco, pero luego nos reforzó, fue como respirar con la luz, nos alimentamos entonces y todavía ahora de esta luz que llega». Una familia que a menudo habla al unísono, la hija que estudia en Madrid, el chico que estudia para convertirse en actor, que ya ha empezado este itinerario, un padre y una madre entusiastas, que explican con alegría, con una energía contagiosa. «Las casas», dice Antonello, «el concepto de casa, tiene que ser siempre una obra, en las casas es necesario cambiar el mobiliario, mover las cosas de sitio para sentirse distintos, para seguir cambiando». Gennarina asiente con la cabeza, «Yo intento vivir el espacio sin llenarlo a toda costa, intento mantener el contacto con la necesidad necesaria y no ceder a la acumulación». La casa como lugar para pensar, dicen los dos. Se ocupan de arte ambos, «Cuando me asomo a la ventana y veo el Complejo de Girolamini pienso en las personas que han pasado por aquí para estudiar, encontrar libros, en el interior hay una de las bibliotecas históricas más importantes del mundo, luego están las tres iglesias, el patio de los naranjos y una galería de imágenes». Compraron la casa que quizá no sea la casa para siempre, pero que parecen amar muchísimo. «Sobre todo por la tarde, y evidentemente en verano, aquí hay tanta luz que te tienes que defender, y entonces es precioso vivir en el fresco de la penumbra, pero siempre con la certidumbre de que la luz que tanto hemos buscado está allí, que la estás manteniendo fuera tú, por elección, y que sería suficiente abrir las persianas para sentirse invadidos de nuevo por ella». A la espera de irse de nuevo de viaje, antes o después.

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