Arnò en Nápoles
– CHIAIA
El golfo, un piano, las televisiones
Antes o después la luz adecuada se encuentra, sobre todo en una ciudad que no es la tuya y se ha convertido en la tuya, y no lo será nunca pero ya lo es.
«Me siento muy mediterráneo», me dice Arnò. Que quizá quiere decir sólo eso, che busca la luz adecuada y que la buscará para siempre.
La luz puede cegar, la ciudad te puede tragar
Arnò es un pintor francés y vive en Nápoles, tiene dos niñas y una casa preciosa. Es un hombre que sonríe mucho, me recibe en su casa intrigado por lo que le digo que tengo que hacer. «Explicar una casa, una vida», me imagino que piensa, «¿Y cómo se puede hacer?» Y en efecto, quizá no se puede, pero por otra parte, él intenta explicar las ciudades con colores, no tiene que ser fácil ni siquiera eso. Cuando Arnò llegó a Nápoles por primera vez sé perfectamente lo que le sucedió, porque me pasó también a mi, hace veinticinco años. Llegas a Nápoles y ¡Bum!, estalla el asombro, la incredulidad, la locura y el amor. Porque te pueden haber preparado de mil formas a Nápoles, pero no estás nunca preparado para esta ciudad, para lo que encontrarás, por ejemplo, en sus barrios populares. La gente, los gritos, los cantos, el llamarse y responderse de un balcón al otro. «Cuando volví a París después de mis primeros tres meses aquí, mis amigos vieron lo que había pintado y todos me dijeron lo mismo: Has estado en la ciudad del Vesubio y no la has pintado ni siquiera una vez». La verdad es que cuando llegas a Nápoles estás dentro de Nápoles, miras a tu alrededor, pasas los días observando calles y caras, callejones y balcones, no buscas las postales, no buscas los paisajes. «Dejé París el primero de abril y era todavía inverno, aquí encontré esta luz y estos azules, en París puedes pasarte un invierno en el que el cielo es como blanco, descolorido, aquí, en cambio, la luz está por todas partes, la luz puede distraerte, desorientarte, secuestrarte». La luz puede cegar, la ciudad te puede tragar. Y en efecto, ahora Arnò se ha separado del caos del centro histórico, vive en un barrio desde el que se ven islas, golfo, mar y Vesubio. Cuando Arnò llegó a Nápoles lo llevaron a una fiesta, conoció una mujer que ahora es su esposa. «Es abogada, defiende a los inocentes, como digo siempre, y ella dice que yo soy su lado artístico». Hay silencio en esta casa, para pintar utiliza una habitación pequeña, repleta de telas y que nunca se ve invadida por el sol. «Hay un escritor napolitano, Raffaele La Capria, que habla precisamente de esto, dice que es imposible impedir realmente que la luz penetre en una casa. No existe el concepto de la jornada bonita, en Nápoles, nosotros estamos orientados al este y, por lo tanto, en cuanto sale el sol ya sabes que será una bonita jornada, no puedes encerrarte en casa, el exterior te absorbe. De esta forma, cuando llega el cambio de temporada y las jornadas son más cortas, me digo que finalmente puedo concentrarme un poco en mí mismo, empiezo a filtrar, a salir menos, las veladas son más largas, puedo dedicarme al trabajo de estudio, a las fotografías. Busco sujetos, a veces ves un sujeto durante años y no te llama la atención porque la luz no es la adecuada». Antes o después la luz adecuada se encuentra, sobre todo en una ciudad que no es la tuya y se ha convertido en la tuya, y no lo será nunca pero ya lo es. «Me siento muy mediterráneo», me dice Arnò. Que quizá quiere decir sólo eso, che busca la luz adecuada y que la buscará para siempre.
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